domingo, 15 de febrero de 2009

LOST HIGHWAY


Anoche volví a ver Carretera Perdida (Lost Highway) de David Lynch, y esta vez más que nunca me pareció fascinante, inteligentísima, inquietante, pura belleza onírica.

Para muchas personas, amantes del cine o no, David Lynch simplemente es un loco extravagante, un pirao, un excéntrico, un raro. Si se te ocurre comentar a alguien que te gusta, ya no que te gusta, que te ha entusiasmado alguna de sus películas, ya es que “tú vas de guay”, de cinéfilo, de gafa pasta y pose melancólico.

Reconozcamos que David Lynch es diferente, pero si fuera tan excéntrico y hermético en su arte, más de 3 millones de españoles habrían seguido Twin Peaks (eso sin contar el éxito en el resto de países). Quién no recuerda el fotograma de Laura Palmer con el rostro azulado envuelta en un plástico, y quien no se estremece cuando viaja en coche de madrugada y de repente le asalta a través de la radio la melancólica y sombría melodía del maestro Angelo Badalamenti “Twin Peaks Theme”.

Y no es que para llegar al gran público televisivo Lynch se esforzara en hacer una obra comercial, más ligera o digerible, todo lo contrarío revolucionó el formato de serial llevando la cinematografía a la pequeña pantalla. En Twin Peaks descubrimos influencias tan magistrales y cinematográficas como la de “Laura” de Otto Preminger y adivinamos la semilla precursora que llevará en el futuro a la creación de series tan exitosas como “Doctor en Alaska” o “Expediente X”.

Creo que David Lynch no es un autor marginal, de cine independiente, o de salas especializadas en pases para el pequeño público, es un autor que puede llegar a todos en todas y cada una de sus películas, desde Terciopelo Azul (Blue velvet) a Una Historia Verdadera (The Straight Story), desde Cabeza Borradora (Eraserhead) a Mulholland Drive.

La clave de su cine está en el espectador y hasta dónde este quiera indagar en las complejidades del ser humano. Esa es la grandeza de Lynch, que deja la pelota en el tejado del que ve, del que observa, de "voyeur" que se asoma y mira a través de la ventana indiscreta que es su cine. Juega con él una partida de ajedrez al estilo del “Séptimo Sello“ (Det sjunde inseglet) de Ingmar Bergman. Lynch va a lo más básico: los celos, la envidia, el deseo, el sexo, la codicia, el amor. Y desde ahí desciende en un torbellino delirante a los efectos más devastadores de estas viejas pasiones: la locura, el asesinato, la pesadilla, la muerte, la enfermedad, la extorsión, la sangre, la cárcel de la mente en que se convierte la culpa. Y claro, a veces es incómodo bajar a estas cloacas, con David Lynch siempre es incómodo.

Es tan genial este descenso a los infiernos que logra hacer estético lo grotesco y bello lo que a primera vista nos resultaría desagradable. Quisieras dejar de mirar, apartar la vista, cambiar de canal, salir corriendo de la sala de cine, pero estás atrapado por esa red tan perfectamente tejida de personajes, por el morbo que provoca el suspense constante de la historia, por el temor irracional que te provocan ciertos planos (herencia extraordinaria de Robert Aldrich, Qué fue de Baby Jane (What Ever Happened to Baby Jane), Canción de Cuna para un cadáver (Hush…Hush, Sweet Charlotte), sólo él logró crear de forma magistral el terror inconsciente en el espectador con el simple hecho de enfocar el picaporte de una puerta desde abajo, acompañado de una banda sonora sombría), y por lo incómodo y ególatra que resulta que te alcen un espejo enfrente.

Por si no lo habíais adivinado David Lynch siempre gana la partida, porque cuando quieres darte cuenta, justo al final, descubres que el tablero está vacío y que enfrente sólo hay un tipo como tú que te mira con sonrisa ladeada desde el otro lado del espejo.

sábado, 7 de febrero de 2009

EL PRECIO DE LA VIDA

Ayer discutía con un amigo sobre la Obamanía que recorre en estos días el mundo, sobre los EEUU y su papel en el escenario internacional. Mi amigo sostenía que aún mantenemos el modelo tradicional de Imperio y que actualmente el Imperio es USA, pero como es muy costoso mantener la antigua estratificación del imperio, con sus federaciones y virreinatos, se ha moderniza y hoy en día su influencia se camufla como relaciones comerciales, cooperación internacional, intervencionismo militar, acción civil, etc.

No creo que esto sea del todo cierto. Es evidente que la influencia de los países en el gobierno del mundo dista mucho de ser democrática, pero no creo que la soberanía recaiga en el gobierno de un país en particular sino en una serie de organismos que son los que realmente deciden el destino del mundo. Hay tres organismo que gobiernan el gobierno de lo países: El Fondo Monetario Internacional (dirigido por cinco países), el Banco Mundial (dirigido por ocho países) y La Organización Mundial de Comercio.
Estos organismos “proponen” políticas a los gobiernos de los países, supuestamente para fomentar ideas tan loables como, promover la cooperación monetaria internacional, facilitar la expansión y crecimiento equilibrado del comercio internacional, facilitar créditos y ayudas a países menos desarrollados o con dificultades en su economía, etc… Pero qué podemos esperar de estos organismo que supuestamente ha sido creados con el fin de crear un panorama internacional, democrático, estable y equilibrado, cuando fomentan ideas como el saneamiento del presupuesto público a expensas del gasto social (no olvidemos que del 2004 al 2007 fue presidente del FMI Rodrigo de Rato Figaredo, imagino que os suena), la desregularización del mercado de trabajo, el libre mercado en todos los sectores y servicios (incluidos educación y sanidad, el concepto de “bienes y servicios” es así de amplios para el FMI); o promover y financiar proyectos (en el caso del Banco Mundial, protector de los países menos desarrollados no olvidemos) que atentan contra la humanidad y el medio ambiente (creación de una presa en India que provocó el desplazamiento a zonas de pobreza de 240.000 personas, o la colonización de la selva brasileña, por poner algún ejemplo).
Si nos asomamos un poquito a las actividades de estos organismo el panorama es descorazonador. Tanto que después de meditar sobre todas estas cuestiones comencé a ver el mundo más feo, y a los gobiernos de los países más feos todavía, y hasta vi feo al gobierno de mis país que se dedicó a recitar poesía durante la ofensiva en Gaza, y al gobierno de los jueces empecinados en crear una estructura oscurantista de organismo intocable e inaccesible.

Y así me fui a la cama triste sin poder escribir una sola línea porque mis palabras eran feas también. Cuando de repente en mis manos triste cayó un libro tristísimo (El largo viaje, de Jorge Semprún)… y me salvó del naufragio. Porque más allá de su prosa hermosísima y de su verdad oportuna, me enseñó que hay un mundo feo y un mundo bello, que hay ideas terribles e ideas necesarias que cambian el mundo, que hay personajes monstruosos y personas hermosas que son las que hacen posible que este sea cada día un lugar más habitable.

Os recomiendo la prosa poética y mordaz de este autor, de este hombre valiente, libre en su deber y consciente, que sobrevivió a su libertad, cuando la libertad tenía el precio de la vida.